Que de cada diez peleas nueve fueron derrotas,
y que derrotas...
Que de cada nueve derrotas ocho
fueron palizas,
memorables, casi legendarias...
Y obvio, de cada ocho palizas
siete dejaron una cicatriz,
generalmente sobre otras
cicatrices...
Como era de suponer, de las
siete cicatrices seis todavía duelen,
un dolor neurálgico pocas veces
perceptible.
Hablaba de mis batallas, de las
cinco que puedo recordar,
y que honestamente he tratado
de olvidar.
De aquellas cinco que no
olvido, cuatro fueron por decisión,
una justa decisión si me preguntan...
De esas cuatro decisiones, tres
fueron unánimes,
¡Ni yo me opuse!
Unánimes y cómo no, si en solo
dos pude devolver un par de golpes,
pobres y escuálidos golpes.
Todo se reduce a eso, un par de
golpes,
los que di, los que recibí, que
fueron tantos,
suerte la mía, perdí la cuenta.
Una vez gané, mejor dicho no
perdí.
Una vez fui campeón, no
exagero.
Y no, no estoy hablando de boxeo.